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CARGOS Y PROTOCOLOS DE PALACIO EN LA GRANADA NAZARÍ


1. ¿Cómo era una audiencia en tiempos de la Granada Nazarí?

Para poder responder a esta pregnta, hemos de remontarnos a los primeros días del Islam: Con la expansión del Islam y la instauración de un sistema de poder centralizado se ve la necesidad de tener una capital de Estado (Damasco con los Omeyas, Bagdad con los Abbasíes).Esto cambia las costumbres nómadas de la que provenían las antiguas tribus árabes del desierto por nuevas de carácter urbano y sedentario.

Se adoptó de los pueblos vecinos, el Imperio Sasánida y Bizantino, el uso de modas, vestimentas, la acuñación de moneda, la cultura, la organización política y sobre todo, el uso de ceremoniales de palacio como la cortina de separación del trono, vestiduras lujosas o un elaborado ritual de presentaciones e intercambio de dádivas. No se trataba sólo de una exhibición estética de riqueza y lujo sino de expresar la legitimación del poder ante las embajadas de países extranjeros.

Estas costumbres palaciegas llegaron también Al-Ándalus y arraigaron firmemente primero en el Califato Omeya y después en los Reinos taifas y en el Nazarí. Durante el periodo almorávide y almohade estas costumbres se hicieron más austeras pero sin perder boato ni espectacularidad. En el Al-Ándalus califal se desarrolló un rico ceremonial de palacio que iba complementado con la fastuosa y compleja decoración a base de yeserías, azulejos, mosaicos o epigrafías que llevaban sitios como Medina Azahara o el Alcazar cordobés o el de la Sevilla de los Taifas que se construyó en época de Al-Mu’tamid. Si a esto se le unía una serie de elementos inusuales como fue la presencia de autómatas, mecanismos o incluso un Estanque de Mercurio (tal como mencionan Ibn Idharí y Al-Maqqarí sobre Medina Azahara) la admiración y asombro de las embajadas extranjeras que acudían hasta Córdoba el éxito de tal despliegue escenográfico de poder estaba asegurado.

La Granada nazarí continuó con parte de esta tradición de ceremoniales de palacio y exaltación del poder a través de la construcción de las lujosas dependencias de la Alhambra. Por fuera era solo “la fortaleza roja, Qasr al Hamrá” que se iluminaba de bermellón al atardecer pero por dentro era un dédalo de arabescos, entrelazados geométricos y epigrafías que transportaba al que entraba en sus dependencias a la materialización de la cosmogonía islámica en la Tierra. El mejor ejemplo de ello es el llamado Salón de Comares o Embajadores donde el emir de Granada tenía su trono (llamado en árabe “Sarîr al –Imara, asiento del gobierno o bien como recita un poema epigráfico, el “Trono del Reino” (Kurs Mulk).) El techo del Salón formado por una impresionante cúpula de lacerías de madera, simbolizaría el orden cósmico. De la cúpula central que representaría el Trono de Dios (‘Ars) emanaría la Luz y la pedrería (diamantes, rubíes, ópalos, etc…) que forman los 7 cielos islámicos, hasta descender a la Tierra. Unos poemas en la parte superior de las paredes del Salón nos recuerdan que en medio de esas constelaciones estaría el trono real. Sólo Dios está por encima de la grandeza y poder del sultán nazarí quien detenta la autoridad espiritual, económica y terrenal siendo juez y también ostentaba el título de “Emir de los Musulmanes” (Amîr al-Mu´minîn) y de guía espiritual, “el Vencedor por medio de Alá” (Al-Gâlib li-Lláh).

En las audiencias privadas, el emir se sentaba bien a la occidental sobre un trono (aparece representado así por ejemplo en Las Cantigas) o más frecuentemente, “a la turca”, en la parte central de la pared norte de dicho Salón de Comares. Su asiento estaba sobre un trono de varios peldaños que se elevaban sobre los invitados.

Éstos se sentaban a los lados del emir en las festividades con banquetes o ágapes.

Durante las audiencias reales el emir estaba rodeado de su séquito y principales. Para demostrar su poder llevaba sobre sí unos atributos reales, el cetro de mando y las vestimentas reales (Jil´a al-Mulk) que podían ser rojas si atendemos al color oficial y a prendas como la marlota que llevaba Boabdl. Podían acompañar al boato real otros elementos como una espada de ceremonia (la capturada a Boabdil en Lucena sería una) y un Corán que servía para consultar y hacer preces antes de cada audiencia, que podría haber sido una edición lujosa del estilo que usarían siglos más tarde los Sultanes Otomanos.

El emir nazarí solía impartir justicia de manera pública con el pueblo los lunes y los viernes en la medina de la Alhambra y en privado las recepciones oficiales y en lo que era el Salón de Embajadores del Comares ya aludido.

Se iniciaba la audiencia real con la lectura de una azora del Corán o de los hadices. Comparecían después los que querían ser oídos por el emir. Al lado de éste se encontraba una pléyade de funcionarios reales entre los que se hallaban los visires y entre ellos destacaba, el Gran Visir (Wazîr Hayîb) (El de Muley Hacén se llamaba Ibrahim b. Al-As´ar).

2. Cargos de la administración nazarí.

El Wazîr (visir) equivaldría como figura a lo que fue en el califato y los Reinos de Taifas del Hayîb, asimilándose este cargo como el máximo cargo sobre el que delegaba el emir y detentando poderes como embajadas, negociaciones de treguas o rescates de personajes ilustres. Los visires y grandes visires y el alto funcionariado provendrían de familias aristocráticas de origen árabe o bien de mawlas o conversos cristianos al Islam.

Según cuenta Hernando de Baeza, el protocolo ante el pueblo era el siguiente: El Visir o un funcionario presentaban al compareciente, éste le decía al gran visir si quería expresarse oralmente o por el contrario, le daba un pliego delegando su petición. Después el gran visir transmitía de viva voz el recado o daba el pliego al emir quien de vuelta le daba la respuesta al visir y quien, por último, a su vez se la transmitía al peticionario.

En el caso de audiencias a embajadas o personalidades debía desarrollarse un ceremonial parecido, donde la embajada o personalidad esperaría en lo que es el Salón Dorado del Palacio de la Alhambra, una sala al lado del Salón de Embajadores antes de ser llamados y anunciados por un Chambelán o el Gran Visir.

Posiblemente habría un cortinaje entre las dos Salas palaciegas a la manera de los antiguos palacios omeyas y abasíes que sería retirado antes de la entrada. Y al entrar seguirían al Gran Visir o funcionario real. Durante la conversación o al final, podían entregarse dádivas y cumplimientos mutuos.

Había una Cancillería Real o Dîwân a cuyo frente había un Kâtib al-Dîwân o secretario de redacción de documentos de oficiales. Este funcionario tenía que tener conocimiento del árabe clásico y una bella caligrafía con la que se redactaban dichos documentos en prisa rimada. El Dîwân tenía también un jefe responsable o raîs que coordinaba a los escribanos y un funcionario, llamado Imâm al-´Alâma o canciller del sello que hacía las veces de notario real a estos documentos expedidos por el Kâtib y le daba su visto bueno con su firma y sellos reales con su lema “Sahha hadha”.

Para el caso de las relaciones internacionales, la administración nazarí contaba con una oficina de intérpretes (taryama), apareciendo aquí la figura del Trujimán o traductor. Otra oficina que dependía del sultán era la dedicada a la negociación del rescate de cautivos a cuyo frente estaba el Alfaqueque (Al-Fakkak) quien además era responsable de la política exterior con los Reinos Cristianos. Ligado al alhaheque está la figura del Qadî bayna-l-mulúk, o juez nazarí para las relaciones entre cristianos y nazaríes en la Frontera.

Además hubieron una Oficina de Hacienda Pública (Bayt al Mâl) que gestionaba el patrimonio monetario real y algunas crónicas nos hablan de una Asamblea de Notables (Maylis Sultânî) que podría ser órgano consultivo del Sultán. Por último estaba la figura del pregonero o mizwar del que comenta Hernando de Baeza que era un esclavo negro liberto, escogido por su lealtad ciega al emir y que a veces podía ejercer como verdugo.

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