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EL 'CALL' O JUDERÍA DE BARCELONA EN ÉPOCA BAJOMEDIEVAL.


EL CALL JUDÍO DE BARCELONA.

El estudioso Riera[1] establece de diez a doce mil los judíos habitantes en Cataluña en la segunda mitad del s. XIV. De ellos 4000 a 5000 vivían en el Call de Barcelona.

Call es una palabra de origen latino que bien podría significar ‘calle estrecha, pequeña’ pero pudo tener su origen en ‘kahal’, aljama o comunidad judía.


En Barcelona existieron dos Calls, el Mayor existente desde el siglo XII y el Menor, que aparece a principios del siglo XIV formado con refugiados judíos llegados del sur de Francia.

En esta época la judería barcelonesa se configura más o menos donde también la veremos en el siglo XIV: Junto a la Catedral y el Palacio Condal, entre las actuales calles de Santa Eulalia al norte, la de Banys Nous al este y el actual Carrer del Call al sur. También en las inmediaciones se ubicaba el Castell Nou, que era una residencia fortificada del responsable de la aljama. En este castillo resistieron durante tres días en el pogromo de 1391 los judíos barceloneses hasta que se rindieron por hambre.


Justo al lado de este Castell Nou , saliendo por la calle Sant Honorat y cerca de la Plaça Sant Jaume, se encontraba la entrada principal al Call judío de la ciudad. Hoy en día tenemos los edificios del Palau de la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona y en esta época la Plaça Sant Jaume albergaba una iglesia del mismo nombre y era la ampliación de las cercanas calles de la Llibreteria y del Call.



LA SINAGOGA DE BARCELONA

El edificio de mayor relieve era la sinagoga principal (sinoga, schola o scola), que destacaba sobre todos los demás y a veces era exento (o casi). En las comunidades más grandes había, además, otros oratorios de menor tamaño e importancia que pertenecían a asociaciones benéficas (como la de Bicorolim o de Visitar los enfermos, en Zaragoza) o laborales (de los plateros) y estaban patrocinados por particulares.


En general, las sinagogas eran pequeñas, por las limitaciones que imponía la Iglesia, que no permitía que su tamaño y su altura superara al de las iglesias cercanas. Serían recintos con un total de superficie de unos 150 metros cuadrados. La limitación hacia lo alto trataba de paliarse situando el suelo del edificio por debajo del nivel del pavimento de la calle o planta principal.

Lo más frecuente es que tuvieran tres puertas, todavía visibles en algunos restos arqueológicos. Los varones solían acceder al edificio por la puerta principal, que a su vez daba a un patio o antesala que impedía ver desde el exterior a los que estaban rezando o estudiando dentro.

En ese patio se concentraban los que no disponían de asientos para seguir los servicios cuando la sala de oración estaba llena y los que preferían charlar animadamente que seguir los servicios, algo que acontecía con mayor frecuencia de la que sería de desear. De las ventanas, en general pequeñas, poco sabemos, salvo que no serían las doce que prescribe el Talmud, porque las medidas restrictivas antes mencionadas no permitían esos excesos.

El interior estaba ocupado por la sala principal, generalmente rectangular, en la planta de la calle.

En la pared situada enfrente de la puerta principal se hallaba el arón o hejal, una especie de armario, arca o nicho donde se guardaban los rollos de la Ley preceptivos en la lectura sinagogal, velados por una cortina.

Allí mismo, ardía una llama permanentemente, gracias a los legados de judíos piadosos que, en su testamento, dejaban una renta para que no faltara el aceite en la lámpara de la sinagoga.

Cercana a este muro, pero en la parte central de la dependencia, se alzaba la trehuna o tribuna, también llamada bimá, una especie de pupitre, con barandilla, elevado sobre una tarima de madera y con escaleras, desde donde el jazán (cantor), o la persona designada al efecto, dirigía la lectura de la Ley y la plegaria, que debía realizarse con toda la congregación situada de cara hacia Jerusalén.


Las familias de alta alcurnia se reservaban el derecho de subir a la tribuna para leer los pasajes de la Torá (Pentateuco) en las fiestas principales, lo que suscitó el descontento de aquellos burgueses adinerados que, pese a su desahogada posición económica y su influencia, nada podían hacer para emularlos, pues su incorporación a la aljama local se consideraba demasiado reciente.

La sinagoga principal estaba provista de asientos o bancos que se extendían a lo largo de las paredes del edificio, a veces en varias filas, exceptuando el espacio ocupado por el arco de la Torá y en torno a la tribuna.


Cuando se inauguraba una sinagoga, se procedía a distribuir sus asientos entre los miembros de la comunidad. Su asignación no siempre se hizo igual: a veces se generaban tensiones, porque unos cuantos aspiraban a situarse en la primera fila. Lo normal era que los sitios se transmitieran de padres a hijos, como dote o parte de la herencia.


Cuando una familia se trasladaba a otra ciudad o dejaba de utilizar alguno de estos bancos, los ponía a la venta. Los precios dependían de su ubicación y comodidad. Parece ser que los más cotizados eran los que estaban más próximos al arco de la Torá y en la primera fila. También se valoraba la proximidad a la tribuna, desde donde se dirigía la oración.


Con los años, el comercio de los escaños de la sinagoga fue en aumento: en ocasiones se utilizaron como garantía a la hora de solicitar un préstamo. Algunas comunidades tomaron medidas para frenar la comercialización de estos sitios y prohibieron bajo pena de excomunión la costumbre de avalar los créditos con estas pertenencias.


En algunas sinagogas había una zona reservada a los más jóvenes, que en ocasiones se sentaban en el suelo, sobre una estera, junto a sus padres, mientras que en otros casos lo hacían en bancos especiales, de piedra, que solían alinearse delante de los que ocupaban los adultos. Como estos asientos pertenecían a la comunidad, cualquier niño podía sentarse en ellos.


LAS MUJERES EN LA SINAGOGA


Las mujeres seguían el desarrollo de los servicios religiosos desde un lugar apartado. Ocupaban un espacio reducido, sea en un piso más elevado, en uno de los lados o en la parte posterior, protegido por una celosía, lo que les permitía ver y seguir los actos de culto que los hombres realizaban a través de una especie de ventana, sin ser observadas por éstos. Se trataba de evitar que su presencia pudiera ser motivo de distracción para los devotos. Por cuestiones de decoro y privacidad, las mujeres accedían al edificio por una puerta diferente de la empleada por los varones.


Aunque algunas fuentes documentales se refieren a la "scola mulierum judearum", no parece lógico pensar que las mujeres tuvieran sinagoga propia, aunque también ellas, en su sección, disponían de asientos con los que también se negociaba y se especulaba.


VIDA SOCIAL Y RELIGIOSA EN TORNO A LA SINAGOGA

Punto de encuentro de amigos y conocidos, en la sinagoga tenían lugar los acontecimientos más entrañables en la vida de un judío: la circuncisión, el bar mitsvá (o mayoría religiosa del varón) y la celebración del Sábado y de las principales fiestas judías, como la de Año Nuevo (o Rosh ha-shaná) y la de las Cabañuelas (o Sukkot), en la que el patio desempeñaba una función primordial.

También solía ser lugar de reunión de la asamblea plenaria de la aljama, donde se hacían públicos los anuncios oficiales y se dirimían las cuestiones de carácter político, económico y social.

En su interior se celebraban juicios, se proclamaba la pena de excomunión contra los que infringían la Ley, se anunciaban futuros esponsales, se decidía, mediante votación, quién de los candidatos al oficio de rabino o de cantor (jazán) reunía más aptitudes para ocupar el puesto, se subastaban las rentas de la aljama o se establecían las condiciones oportunas para solicitar un crédito en nombre de la asamblea. Los documentos más importantes de la comunidad se guardaban en una de sus dependencias, dentro de un cofre. Y a falta de un lugar para enseñar la Ley, la sinagoga funcionaba como escuela talmúdica. No es de extrañar, por tanto, que en su interior ocasionalmente se suscitaran riñas y altercados. Las comunidades de cierta importancia tenían un hospital público, la mayoría de las veces de fundación privada.


LA BENEFICIENCIA A LOS MÁS HUMILDES

También disponían de asociaciones de beneficencia que trataban de paliar las necesidades de los menos afortunados, sea de forma pública (heqdesh o Almosna de la aljama) o privada, mediante cofradías (o javurot). En Zaragoza, los nombres de estas asociaciones son los siguientes: Rotfecedé (Rodfé Tsé-deq) o de los pobres, la de Malvisé Arhumin (Malbishé Arumim) o de vestir al desnudo, las de Bicorolim (Biqqur Jolim) y Sombreholim (Shomré Jolim) que se dedicaban a visitar y cuidar a los enfermos y, finalmente, las asociaciones funerarias, Nozé Amitá (Nosé ha-mittá) y Cabarim (Qabbarim), encargadas de trasladar y enterrar a los muertos en lo que hoy es Montjuich.


EL BAÑO JUDÍO O MIQVÉ

La higiene fue un elemento muy importante en la vida cotidiana de la Barcelona judía medieval. Existían baños públicos que los judíos y los cristianos por razones higiénicas frecuentaban, aunque debían respetar los días que se les asignaba para evitar la concurrencia con cristianos, y la mezcla de sexos. Estos baños públicos eran lugar de esparcimiento.


A nivel religioso, la comunidad judía barcelonesa dispuso muy seguramente un miqvé o 'baño judío', aunque las referencias documentales en general son escasas y apenas quedan restos arqueológicos (el único reconocido es el de Besalú, en Girona). No precisaba de grandes instalaciones: tan sólo se exigía que tuviera una cantidad mínima (entre 700 y 800 litros) de agua corriente y natural (de lluvia, río o manantial) suficiente para que las mujeres pudieran realizar la triple inmersión (o tebilá) después del parto y de la menstruación que borraría su condición de nidá y le permitiría recuperar la pureza necesaria para tener relaciones sexuales con un varón.

A diferencia de los baños públicos, el miqvè era un espacio de purificación, recogimiento y espiritualidad.

De hecho, a la vez que se realizaba la inmersión debía recitarse una oración. De ahí las palabras de Maimónides: “La inmersión es un asunto que debe ser aceptado con fe… porque la impureza ritual no es barro o suciedad que se lave con el agua… Es algo que ha sido establecido y definido por las Escrituras y que depende de la intencionalidad del corazón”.

Para saber más:

RIERA I SANS, J., “La Catalunya jueva del segle XIV”, L’Avenç, 1985.

ALERT, Josep. 'La Barcelona Jueva', Cossentia Ed., 2016.

http://www.altresbarcelones.com/2014/01/els-vestigis-del-passat-jueu-de.html

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