CRISTOBAL COLON Y LA INFLUENCIA DE LA CIENCIA CARTOGRÁFICA ISLÁMICA EN EL DESCUBRIMIENTO DE AMERICA.
Cuando Cristobal Colón llega a España procedente de Francia y Portugal, llevaba tras de sí la experiencia de la vida como navegante, artillero y comerciante. Hombre culto, dominaba varios idiomas (castellano, latín, italiano, portugués y posiblemente un poco de árabe rudimentario o sabîr, la lingua franca de comercio en el Mediterráneo).
Parece que también estudió en la Universidad de Pavía en donde adquirió un inmenso bagaje cultural, científico y humanístico y el gusto por la lectura autodidacta.
Ello lo sabemos de mano del propio Almirante quien en una carta de 1501 dirigida a los Reyes Católicos les escribía: “Muy Altos Reyes. De muy pequeña edad entre en la mar navegando y lo he continuado hasta hoy. La misma arte inclina a quien la prosigue a desear saber los secretos deste mundo (…). Todo lo que hasta hoy se navega lo he andado. (…). [El Señor, nota nuestra] En la marinería nos hizo abundoso, de astrología me dio lo que me bastaba y así, de geometría y aritmética, e ingenio en el ánima y manos para dibujar esta esfera y en ella, las ciudades, ríos y montañas, islas y puertos, todo en su propio sitio. En este tiempo, he yo visto y puesto estudio en ver en todas escrituras: cosmografía, historias, crónicas, filosofía y de otras artes.”
Como se desprende también de la carta, hace acompañar a esta como un presente, una esfera con el dibujo de su propia mano de lo que posiblemente era el Nuevo y Viejo mundo a todo detalle.
Desconocemos qué fue del dibujo de esa esfera y qué contenía, pero sin duda el Almirante estaba siguiendo una antigua tradición náutica y cartográfica que ahora comenzaba a entrar en una etapa decisiva con el Renacimiento y los nuevos avances científicos en navegación que a lo largo de varios siglos habían ido trayendo las exploraciones marítimas: La vela latina, navíos de mayor calado y mejoras de instrumentos de medición ya existentes o la innovación en unos nuevos tales como la ballestilla, los relojes de arena, la azafea, los astrolabios, la brújula, la corredera de barquilla, el cuadrante, la ampolleta o reloj de arena y el timón de codaste.
Antecedentes náuticos y geográficos que pudo conocer Colón.
Así pues, ¿Cuáles fueron estos antecedentes náuticos y cartográficos árabes que recoge y reelabora Cristóbal Colón? Durante los siglos XIV y XV como ya se ha dicho se produce un trasvase de conocimientos náuticos y cartográficos entre las dos orillas del Mediterráneo.
La cartografía y mapas basados en diseños de Al-Idrîsî (siglo XI) evolucionan hasta que en el siglo XIII aparece el primer portulano, la conocida como “Carta Pisana”. Ya posteriormente, tenemos constancia de una intensa producción de cartas náuticas, tablas astronómicas y portulanos en el norte de África (Al-Katibí e Ibrahim al Mursî, el Murciano), Mallorca y Sagres.
De procedencia andalusí-magrebí tenemos dos portulanos: la llamada “Carta Magrebina” (circa 1300), anónima, realizada probablemente en la Granada Nazarí y del 24 de Junio de 1461 (15 del Ramadán del 865) el portulano del arriba mencionado Ibrahim al Mursi (Abraham de Murcia), mudéjar que habría trabajado en Trípoli (Libia o Siria).
En 1359, Pedro IV el Ceremonioso ordena que las naves aragonesas tuvieran al menos dos cartas náuticas. A pesar de que debieron ser muy abundantes, apenas pasan de cien ejemplares los que han llegado a nuestros días anteriores al siglo XVI. Se trata en todos los casos de ejemplares únicos, copiados a mano. Es en estos portulanos es en donde por primera aparecen la rosa de los vientos de la que parten “redes de vientos” y rumbos que derivan de los nudos situados sobre una corona de vientos y en donde también se inicia el uso de las escalas gráficas.
Se sabe por ejemplo que Américo Vespucio compró un portulano representando las Azores de 1439 al converso Gabriel de Vallseca, miembro de la escuela mallorquina de cartografía. Y desde la segunda mitad del XV, este material náutico y cartográfico es conocido en todos los puertos y países en donde se comerciaba y circulaba de manera fluida. También se desarrolla en Sevilla la escuela de Juan de la Cosa, que servirá en el primer y segundo viaje de Colón.
Pudo ser entre sus viajes mediterráneos o durante sus periplos atlánticos cuando Colón toma contacto con la náutica y la cartografía de origen árabe, tal como explica el arabista Rafael Palencia en su artículo “Andalucía y la Cartografía Árabe”: “(…) se tiene constancia de que Cristóbal Colón tenía conocimiento de las cartas de navegación y mapas árabes al adentrarse en el Atlántico, al igual que del abundante material cartográfico procedente de las áreas italiana y aragonesa.” Colón además estuvo muy familiarizado con este material pues además de manejarlas y disponer de una colección, le tocó en España durante un periodo vivir de las ventas de mapas y cartas náuticas.
Encuentro con “sabios moros” y recepción de fuentes árabes.
En el capítulo 25 de la serie española “ISABEL” vemos también a Cristobal Colón hablando con un sabio musulmán durante el tiempo que dura la campaña en Granada; éste es quien le corrige que las millas que está usando son las italianas y no las árabes. Esto es correctamente histórico ya que el mismo Colón menciona en otro fragmento de la antes citada carta de 1501 a los Reyes Católicos estos encuentros con sabios islámicos: “Trato y conversación he tenido con gente sabia: eclesiásticos y seglares, latinos y griegos, judíos y moros y muchos otros de otras sectas(..).”
No creemos, pues, imposible del todo que nuestro genovés en sus periplos mediterráneos como comerciante no hubiera contactado con algún sabio magrebí o incluso con alguno nazarí deseoso de transmitir a nuevas generaciones el legado científico de un reino con casi ocho siglos de existencia y cuyo final estaba más vez cercano.
Retomando la historia de la corrección del sabio musulmán, la milla árabe a la que alude es la antecesora de la actual milla náutica.
Fue una medida que se estableció en la “Casa de la Sabiduría” (Bayt al-Hikmah) por Al-Farghanî y otros asistentes y que sería seguida posteriormente por las siguientes generaciones de geógrafos. Cubría aproximadamente entre 1’8 y 2 kms o 4.000 codos.
Cristobal Colón siguió las tesis de este Al-Faghrani (Alfargano o Alfarganus en las fuentes cristianas) y así lo cuenta su hijo Hernando: “La quinta consideración que hacía creer más que aquel espacio fuese pequeño, era la opinión de Alfragano que a su vez la cogía de Marino de Tiro, y los que le siguen, que pone la redondez de la tierra mucho menor que los demás autores y cosmógrafos, no atribuyendo a cada grado de ella más que cincuenta y seis millas y dos tercios, de cuya opinión infería que, siendo pequeña toda la esfera, de fuerza había de ser pequeño el espacio que Marino dejaba por ignoto, y en poco tiempo navegado(…).”
En el origen del proyecto de Cristóbal Colón hay también que destacar una de gran influencia, el florentino Paolo Toscanelli, cuyas opiniones fueron expresadas en una carta de 1474 dirigida al monarca portugués y posiblemente también a Cristóbal Colón en la que estimaba que la distancia entre las Canarias y Catay era de unas 5.000 millas náuticas, distancia que para Cristóbal Colón era demasiado grande y que redujo con el argumento de que “este mundo es pequeño”, pues en realidad Colón confundió, o como señalan posiblemente algunos autores, pudo cambiar a propósito la milla árabe utilizada por el ya citado geógrafo Alfargano (Al-Faghrani) en el cálculo del grado del Ecuador, con la milla italiana, mucho más corta.
Precisamente estos errores (accidentales o no), el de considerar que la tierra es pequeña junto a la imaginaria extensión de Asia hacia Oriente, hicieron posible el logro del proyecto de Cristóbal Colón, puesto que si Colón hubiera sabido que sus cálculos iniciales no eran ciertos, difícilmente se habría embarcado hacia el Atlántico o hubiera conseguido el apoyo financiero de los Reyes Católicos para tal tamaña empresa.
Hernando Colón, en la biografía de su padre Cristóbal, señala las fuentes clásicas y medievales que indujeron al almirante a pensar que podría llegar a las Indias si navegaba hacia el oeste. Una de las más inspiradoras para el Almirante fue la obra “De Caelo”(“De los Cielos”) de Aristóteles, conocida desde el siglo IX en su traducción al árabe, y que contaba en su versión arábiga con abundantes anotaciones del geógrafo al-Mas´ûdî. En España, esta obra ya se conocía desde el siglo XII por los comentarios a ella que realizó Averroes (Ibn Rushd) de Córdoba.
A propósito de este conocimiento del científico y filósofo andalusí, Hernando de Colón menciona su nombre como una de las influencias que inspiró a su padre a buscar las Indias: “El segundo fundamento que dio ánimo al Almirante para la empresa referida, y por el que razonablemente pueden llamarse Indias las tierras que descubrió, fue la autoridad de muchos hombres doctos, que dijeron que desde el fin occidental de África y España podía navegarse por el Occidente hasta el fin Oriental de la India, y que no era muy gran mar el que estaba en medio, como afirma Aristóteles en el libro 2, Del Cielo y del Mundo, donde dice que desde las Indias se puede pasar a Cádiz en pocos días, lo cual también prueba Averroes sobre el mismo lugar.”
No se sabe si Cristóbal Colón conocía el libro “De Caelo” a través de las traducciones al latín de Averroes, o más directamente, a través de las nuevas traducciones de los humanistas italianos del Renacimiento con los que estaba en contacto. En cualquier caso, éste es el pasaje de Aristóteles que alentó su sueño de llegar a las Indias:
“Todo cambia mucho; me refiero a que las estrellas que están encima de nosotros y las estrellas que se ven son distintas según se mueva uno hacia el norte o hacia el sur. (…) Todo esto viene a demostrarnos no sólo que la Tierra es de forma esférica, sino que es una esfera no de gran tamaño, pues de lo contrario, tal mínimo cambio de lugar no podría apreciarse de manera tan inmediata. De ahí que uno no debería estar tan seguro de la incredulidad de aquellos que no conciben que haya una continuidad entre las Columnas de Hércules y la India, y que de este modo el océano sea uno.(…) Del mismo modo, aquellos matemáticos que intentan calcular el tamaño de la circunferencia de la tierra llegan a la conclusión de que su volumen es esférico, pero también que si se compara con el de las estrellas, no es de gran tamaño, 400.000 estadios”.
En un opúsculo manuscrito de Colón, el llamado “El Libro de las profecías”, tenemos también la mención del astrólogo árabe Albumasar (Abû Ma’shar) que relacionaba el nacimiento y la caída de los imperios y de las grandes religiones con las configuraciones celestes y publicó el horóscopo de Cristo. Este autor pertenecía a la escuela astronómica y astrológica de la arriba nombrada Bayt al-Hikmah en Bagdad y sus libros fueron traducidos al latín. Intuía el fenómeno de la atracción gravitacional, aún no descubierta en su tiempo. Como Aristóteles, Albumasar cree que los movimientos del Sol, la Luna y los planetas son la clave de las cosas que pasan aquí abajo.
Otra aportación indirecta de la cultura árabe llega a través del judío Abraham Zacuto quien reelaboró las viejas Tablas Astronómicas Toledanas de Alfonso X y confeccionó otras nuevas, además de hacer un almanaque perpetuo que tuvo muchísima difusión no sólo en el mundo occidental sino en el árabe-islámico ya que se hicieron traducciones al árabe. Abraham Zacuto cita elogiosamente en sus trabajos a numerosos autores musulmanes como al médico ar-Razí o Razes, al astrólogo Ibn Rayal, latinizado Abenragel, a Azarquiel y a los dos ya mencionados Averroes y Alfargano, de los que también Colón era apasionado seguidor de sus teorías.
Abraham Zacuto es una de las dos principales fuentes de la que se nutren las ideas náuticas de Colón junto a otro astrónomo que también reelabora tesis astrónomicas de origen árabe y griego, el ítalo-alemán Johann Müller Regiomontano.
En 1486 parece ser que Zacuto y Colón se encontraron personalmente en Salamanca. Una primera vez como posible miembro del Consejo de Doctos Varones de la Universidad de Salamanca que evaluó el proyecto colombino. También allí, un amigo de Colón, José Vecinho, le pasó unas tablas astronómicas y le sugirió que las consultara con Zacuto, cosa que Colón pudo haber realizado. Incluso se dice que Zacuto le animó a no desistir en su proyecto de navegar hacia el Oeste en los años sucesivos hasta 1492.
Colón tuvo en cuenta las aportaciones astronómicas y matemáticas de Abraham Zacuto a la hora de realizar sus viajes en dos veces, una en 1494 cuando usó la efeméride para hacer sus cálculos ese año. Él mismo escribe: “Lo que yo sé es que el año de 94 navegué en 24 grados al Poniente en término de 9 horas, y no pudo haber yerro porque hubo eclipses: el sol estava en Libra y la luna en Ariete.”
Después, en sucesos como el que tuvo lugar, tras un motín y con el Almirante abandonado a su suerte en Jamaica, el 29 de febrero de 1504, cuando Cristóbal Colón, conocedor por el “Almanaque Perpetuo” del salmantino de que iba a ocurrir esa noche un eclipse total de luna, usó el fenómeno astronómico a su favor frente a los indígenas locales. Les amenazó con pedir a Dios que les enviara "una grandísima hambre y peste" si no le ayudaban con comida. Les dijo que miraran a la luna. Ésta comenzó a oscurecer por el eclipse. Cuenta Hernando de Colón que “les causó tan enorme asombro y miedo, que con fuertes alaridos y gritos iban corriendo, de todas partes, a los navíos, cargados de vituallas, suplicando al Almirante rogase a Dios con fervor para que no ejecutase su ira contra ellos". Mientras tanto, Colón se retiró para hablar con Dios y en ese tiempo, la luna recuperó su luminosidad habitual.
Ya por último comentar a modo de curiosidad, que entre la tripulación que embarcaron en los distintos viajes colombinos había un trujimán o intérprete de árabe y hebreo (el converso judío Luis de Torres). Y en árabe intentaron comunicarse con los primeros indígenas que encontraron en el Nuevo Mundo hasta que advirtieron que se trataba de una lengua que nada tenía que ver.
Hay además, en muchas anotaciones de sus viajes referencias a lo que Colón cree son restos o influencias de cultura islámica, como las supuestas ruinas de una mezquita en lo alto de un monte en Cuba, dado que siempre Colón creyó que estaba en tierras del Gran Khan, sin darse cuenta nunca en vida de que lo que había encontrado en realidad era la antesala a un inmenso continente.